Por Carlos E. Ramírez, Creative Lead
Desde chico, los videojuegos han sido parte de mi vida. Empecé con un Atari, pasé por el Super Nintendo, luego el PlayStation… y hoy, después de más de 30 años jugando, puedo decir que he vivido la evolución del gaming desde dentro. No solo como jugador, sino ahora también desde mi trinchera en la publicidad.
Y si algo me emociona especialmente, es ver cómo las marcas están aprendiendo a entrar en este universo sin romperlo. Más bien, integrándose con inteligencia y sensibilidad. Déjame explicarlo mejor.
El juego cambió… y las marcas también
Recuerdo cuando apareció la pickup RAM en Fortnite.
No fue solo un asset más del juego: la comunidad la adoptó.
De inmediato empezaron a aparecer videos de usuarios mostrando su camioneta, editando clips con audios de la misma plataforma, construyendo estatus virtual y subiendo sus videos a Tik Tok.
Clips que, sinceramente, podrían pasar por anuncios de marca… pero hechos gratis.
Ya no se trataba solo de “jugar con un coche”, sino de mostrar quién eres dentro del juego. Un símbolo. Un statement.
Lo mismo ocurrió con Lamborghini, con los autos de Rápidos y Furiosos, y con muchas otras integraciones.
No se sintieron como publicidad. Se sintieron como pertenencia.
Porque ser parte del juego… también es aspiracional
Seamos honestos: es más fácil pagar 2,500 V-Bucks que dos millones y medio de pesos por un Lambo. Pero el sentimiento de “tenerlo”, aunque sea digital, es real.
Y en ese entorno, la marca deja de ser un producto para convertirse en una extensión del jugador.
Eso es lo poderoso del gaming: cuando una marca entra bien, no interrumpe… empodera.