Por Ana Cupa, Audiovisual Production Lead
Dicen que lo único constante es el cambio, y en la industria creativa eso se siente a diario. En poco más de un año dentro del departamento de producción audiovisual, he sido testigo de cómo los equipos, procesos y prioridades se transforman. De hecho, nuestro propio departamento nació de una gran reestructura. Y si algo ha quedado claro, es que el cambio no es una excepción: es parte esencial de nuestra cultura.
Pero no todo cambio es igual. Todo depende del cristal con que se mire.
Muchos psicólogos ven en el conflicto una herramienta útil: una vía para resolver problemas, descubrir nuevas soluciones y, sobre todo, sacar a la luz lo que a veces se evita. Sin embargo, vivir en conflicto permanente es otra historia. Ahí es donde la diferencia entre adaptación y caos empieza a marcarse.
Lo mismo sucede con la forma en que tomamos decisiones. El fast thinking nos da agilidad: nos permite actuar rápido, ser precisos y cambiar de hábitos con eficacia. Pero también puede volverse impulsivo, llevándonos a actuar sin pensar. En contraste, el slow thinking nos invita a reflexionar, planear, crear con conciencia… aunque corremos el riesgo de quedarnos en pausa demasiado tiempo.
Hoy, en un entorno de trabajo acelerado, la presión por ser creativos y productivos puede empujarnos a operar en automático. Y ahí es donde el cambio deja de ser evolución y se convierte en simple reacción.
El reto no es cambiar por cambiar, sino hacerlo con dirección.
Porque sí, adaptarnos es clave. Ser flexibles nos da fuerza. Pero si no hay un rumbo claro, corremos el riesgo de dispararnos en el pie.
Entonces, la pregunta sigue viva: ¿estamos ante un cambio más… o en medio de una verdadera evolución?
Yo prefiero verlo como lo segundo.
Me gusta verlo como evolución.
Embrace it.