Por Gabriel Martínez, Sr Communications Executive
En el día a día de una agencia, con toda su velocidad, entregas y presión creativa, he notado que muchas veces lo más pesado no es lo que se dice… sino lo que no. Esas dudas que nadie aclara, los mensajes que no llegan a tiempo, los silencios incómodos que se van llenando con suposiciones. Y al final, todo eso también desgasta.
Cuando falta claridad interna, el trabajo se vuelve más difícil de lo que debería. No por falta de talento o ganas, sino porque simplemente no hay certezas. Y eso afecta. Afecta al ánimo, a la seguridad con la que se toma una decisión, al vínculo entre equipos. No se trata de tener todo resuelto todo el tiempo, pero sí de hablar más, antes y mejor.
Con el tiempo he aprendido que comunicar bien también es una forma de cuidar. Decir las cosas con respeto, pero a tiempo. Escuchar aunque no sea urgente. Preguntar antes de asumir. No porque esté en el manual, sino porque las personas con las que trabajamos lo merecen. Y porque el trabajo, cuando fluye la comunicación, se siente mucho menos trabajo.
Y no hablo solo de grandes conversaciones o procesos formales. A veces, lo que marca la diferencia es un simple “¿cómo vas?”, un “esto se decidió por esto otro” o un “¿tienes todo claro para avanzar?”. Gestos pequeños que evitan malentendidos grandes. Porque en un entorno donde el tiempo siempre apremia, comunicar no debería ser un lujo, sino un hábito cotidiano.