Por Stephania Stamatio, Head of Operations
El peso de una etiqueta: cómo construimos barreras invisibles sin darnos cuenta.
Muchas veces, sin intención, nos convertimos en quienes limitan el potencial de otras personas.
Lo hacemos con una simple frase, un juicio rápido, o una experiencia negativa aislada que convertimos en “verdad absoluta”. Y así, poco a poco, vamos encasillando a alguien en una etiqueta que lo acompaña más allá de lo justo, de lo real y de lo humano.
“Él no es confiable.”
“Ella siempre genera conflicto.”
“No tiene lo necesario para liderar.”
Estas frases parecen pequeñas, pero tienen consecuencias grandes. Porque no solo afectan la forma en que nosotros tratamos a esa persona, sino que también condicionan cómo la ve su entorno, sus oportunidades futuras… y hasta su autoestima.
Esto es lo que en psicología social se conoce como el efecto de etiquetado. Y cuando lo hacemos en espacios cercanos —como el trabajo o la familia—, el impacto es aún más profundo. A veces, la persona etiquetada deja de intentar, se autocensura, se desmotiva, porque percibe que no importa lo que haga: ya está definida.
Y en el entorno digital, este fenómeno se amplifica.
Hoy, una opinión poco popular, un error, una publicación malinterpretada pueden convertirse en una marca permanente en la reputación de alguien.
A esto le ponemos nombres como linchamiento digital, cancelación, juicio inmediato, y todos tienen algo en común: construimos una etiqueta pública sobre alguien, sin contexto, sin compasión y sin espacio para cambiar.
Vivimos en una cultura donde se exige perfección, pero se condena el error.
Y eso, más que justicia, genera miedo.
Miedo a mostrarse. A compartir ideas. A pedir ayuda. A crecer.
Si queremos entornos más humanos y más productivos, necesitamos comenzar por algo simple pero poderoso: revisar nuestras propias etiquetas.
¿A quién ya no escuchamos porque lo etiquetamos alguna vez?
¿A quién estamos limitando sin darnos cuenta?
¿Qué historias estamos repitiendo que ya no son ciertas?
Todos hemos cometido errores. Todos hemos tenido un mal día. Todos hemos cambiado.
¿No deberíamos dar a los demás la oportunidad de hacer lo mismo?